jueves, 24 de diciembre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Made For You"


Sinopsis:

"Made for you" (Hecho para ti), es corto de Phil Beastall, de temática LGTB. Rhys y John son los protagonistas y ambos mantienen una relación a distancia a base de vídeollamadas y apps de mensajería. Un adorable romance entre dos hombres con un final emotivo.




 

jueves, 17 de diciembre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo ""Zwei Gesichter" (Dos Caras)"

Sinopsis:

Dos Caras (2014), es un cortometraje de un chico alemán quien practica fútbol. En el se cuenta la historia de Jonathan, un joven gay de closet que juega en la U19 de la Bundesliga. Quien tiene una novia, la cual utiliza como coartada para esconder su verdadera preferencia sexual. Y es que Jonathan ha comenzado a salir y mantener una relación afectiva con otro chico de nombre Nicholas, pero lo lleva en secreto, su novia no sabe nada, inclusive su mejor amigo ó el resto de sus compañeros del equipo de fútbol. ¿Durante cuanto tiempo podrá Jonathan mantener su mentira?, ¿Qué sucederá si se descubre la verdad?.




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viernes, 4 de diciembre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Common Ground"

Argumento:
Esta película se compone de tres historias, todas sobre la homosexualidad en la pequeña ciudad de Homero. La  primera de ellas se sitúa en el año 1954, cuando un oficial de la marina regresa a Homer después de abandonar la Marina. Cuando los lugareños descubren que efectivamente fue expulsada de la Marina por desviación sexual (es decir, lesbianismo), es discriminada y rechazada por ellos. La  segunda tiene lugar en 1974, y trata sobre un profesor de francés gay no asumido, con el objetivo de ser el director de su escuela, y su mejor alumno, que no está seguro de su identidad sexual. La última es en el 2000 y se trata de una boda gay entre dos hombres exitosos. Esta película fue una gran sorpresa, su propuesta es mostrar y discutir los prejuicios de la sociedad (que comparte el terreno común) contra los homosexuales y está muy bien presentada. El guion, las actuaciones y la dirección son excelentes.




viernes, 13 de noviembre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Turn It Around"



Sinopsis: Bram, de quince años, está en una fiesta rodeado de amigos y llama la atención de muchas chicas bellas. Pero él no tiene interés alguno en ellas. Se ha enamorado perdidamente de un chico que se encuentra en la pista de baile, Florian, de diecisiete años.

Es amor a primera vista. Sólo hay un problema: nadie sabe que Bram es gay. A medida que avanza la noche y la tensión aumenta entre los dos chicos, Bram descubre que debe tomar una decisión. Cuando empieza el juego de la botella él decide darle un giro al rumbo de la noche y quizá de su vida.




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viernes, 30 de octubre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "El Último Hombre Hetero"

Sinopsis: 


Se cuenta la historia de un joven llamado Lewis quien se debate a si mismo la posibilidad de ser bisexual u homosexual y salir del clóset. Él está enamorado de su mejor amigo Cooper, el cual es hetero. Para quien organiza una despedida de soltero. Después de esa noche de sexo, ambos hombres deciden reunirse en la misma suite de un hotel en esa misma noche para conectar y ponerse al día; la tensión y estrecha amistad entre ellos tendrá como resultado una aventura romántica y sexual. La cual sostendrán a lo largo de doce años en donde veremos cuatro noches adicionales en el film en donde observaremos como ambos hombres crecen, maduran y cambia su relación de amistad.


viernes, 18 de septiembre de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Shelter"

Sinopsis:


Zach es un joven artista de 22 años que vive en la ciudad de San Pedro, California, el cual que ha abandonado el sueños de estudiar en la escuela de artes a causa del nacimiento del hijo de su hermana Jeanne y lo lleva a trabajar para mantenerlos y ser el padre adoptivo de su sobrino Cody. Trabaja de cocinero en un restaurante de comidas rápidas y en su tiempo libre sale a patinar, pintar murales, practicar surf y salir con su mejor amigo Gabe cuando él se encuentra en la ciudad, así como salir con su exnovia Tori.
Cuando el hermano mayor de Gabe vuelve a casa para curar un caso de de bloqueo como escritor a causa de una relación fallida, Zach y Shaun desarrollan una estrecha amistad. Shaun alienta a Zach para tomar el control de su vida y llevar a cabo su ambición de ir a CalArts y mientras más cercana se vuelve su amistad, mas se va convirtiendo en un romance. Por otro lado Shaun creará un fuerte vinculo con Cody. 




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domingo, 13 de septiembre de 2020

Los Post Interesantes: Memorias de un Heterosexual

Memorias de un heterosexual

Santiago Roncagliolo / Gaceta de la Universidad Nacional Autónoma de México (2019)


Infancia

México me convirtió en un niño raro.
Pasé mi infancia ahí, en la colonia Florida de la capital, asistiendo a un pequeño colegio mixto y laico. Todo funcionaba a escala humana. Los niños podíamos ver a las niñas. Incluso podíamos hablarles.

Como a los diez años, volví al Perú. A un colegio religioso. De varones. Y enorme. Más de dos mil cachorros se amontonaban ahí, gruñéndose y lamiéndose las partes. Una olla a presión de testosterona, siempre a punto de explotar.

En mi nuevo hábitat, el nivel de diálogo no era muy avanzado. La mayoría de nuestra comunicación cotidiana consistía en bufidos, resoplidos y carcajadas. Y, sin embargo, existía una palabra clave, un poderoso conjuro que articulaba a su alrededor la vida social: cachar.

Para un chilango converso como yo, ese vocablo carecía de malicia. No tenía más significado que agarrar algo, pillarlo al vuelo. Y, sin embargo, ante esas únicas dos sílabas, mi nueva jauría escolar bullía, se agitaba, aullaba de placer, de dolor y de asombro.
—Tenemos examen de matemática.
—Me cacho al profe de matemática.
—¡Oohhh! ¡Aaaaah!
Ahora debo admitir que México no tuvo toda la culpa de mis problemas. Mi familia también contribuyó.

Como todo el mundo sabe, ser hijo de intelectuales es una peste. Los intelectuales son esas personas que siempre piensan exactamente lo contrario que la gente normal, y, por lo tanto, crecer rodeado de ellos es el mejor modo de no entender nada de lo que ocurre a tu alrededor. Así que, cuando yo había preguntado de dónde venían los bebés, mis padres no habían tenido mejor idea que darme un libro. Con De dónde venimos y sus didácticas ilustraciones aprendí el procedimiento fisiológico de la concepción y las etapas de la gestación humana. Pero me perdí toda la parte del morbo, el escándalo y la degeneración, que en mi colegio era la única que importaba.

Al fin y al cabo, nadie hace chistes sobre la fertilidad o el funcionamiento del útero.
Conclusión: durante mi primer año en el colegio de Lima no entendí absolutamente nada de lo que decía nadie.

Bueno, entendí una cosa: no debía tratar de averiguar. Preguntar a mis compañeros de qué estábamos hablando exactamente habría sido suicidarme, entregarme en sacrificio a la multitud furiosa.

Así que, durante todo ese tiempo, actué como si lo tuviese todo controlado. Comprendí que cachar no era un término aislado. Formaba parte de un extenso campo semántico sembrado de sinónimos, metonimias y piezas de lenguaje corporal. Me reí ante chistes que no sabía descifrar, y luego los repetí eficientemente ante nuevos públicos. Me enfadé cuando era necesario e insulté a mis compañeros con las palabras y gestos correspondientes. No dejaba de hacerme preguntas (¿Por qué el dedo medio alzado? ¿Qué significa el movimiento de cadera?) pero conseguí interactuar socialmente de modo funcional.

Cuando al fin tuve confianza con un compañero, le pregunté a solas:
Oye, ¿qué significa cachar?
Él miró a un lado y a otro, como si fuera a venderme cocaína, y me dijo al oído, para asegurarse de que nadie lo oyese:
—Violar…

Yo tampoco sabía que significaba eso. Y lamentablemente, mi turno de preguntas estaba agotado. Pero con el tiempo, al pensar en esa anécdota, he llegado a la conclusión de que, en realidad, ninguno de nosotros sabía de qué cuernos estábamos hablando.

Me mantuve perdido en la tiniebla hasta que Pochito Estévez se cachó a la profesora de lenguaje. Lo hizo en sentido figurado, claro. La pobre maestra estaba repartiendo exámenes corregidos, y los cachorros se amontonaron a su alrededor. Aprovechando la confusión, algunos comenzaron a hacer bromas, las bromas de siempre, sin mucha sofisticación. Si se encontraba una mujer presente, cualquier mujer, aunque pudiese ser tu abuela, era necesario escenificar ante los demás tu voluntad de acostarte con ella. Y a Pochito se le fue la mano… en sentido literal.

Al sentir esos pequeños dedos correteándole el cuerpo, la profesora abandonó el aula llorando, presa del terror y el estupor. Pochito había cruzado todos los límites.
Cinco minutos después, el psicólogo del colegio se presentaba ante nosotros, se plantaba en la tarima, y con una mirada de desprecio, nos increpaba:
—Así que son muy machitos ustedes, ¿no? Así que les gusta cachar. A ver, inconscientes, que alguien me responda: ¿qué es cachar?
Un silencio sepulcral cayó sobre nosotros como un espeso manto. Mis compañeros miraron hacia el suelo. Parecían querer esconderse en los cajones de sus carpetas, bajo las suelas de sus propios zapatos.
—A ver, Pochito —retó el psicólogo—, ilústranos tú, que pareces un experto ¿Qué es cachar?
Pochito enmudeció. Se puso rojo, luego verde, luego violeta. Respondió con un murmullo inaudible, pero a instancias del psicólogo, terminó por decir en voz alta:
—Hacer el amor…
El aula se sumió en el bochorno. Mis compañeros se hundieron en la vergüenza.

Pero yo, sentado en mi rinconcito, de repente entendí qué significaba la palabra misteriosa. Y decenas de supuestos sinónimos. Y los gestos del dedo y la cadera. Y miles de chistes, comentarios, insultos. Y de repente, en una epifanía colosal, una anagnórisis existencial irrepetible, todo mi mundo cobró sentido.



Adolescencia

En mi colegio nunca eras lo suficientemente heterosexual. Nadie lo era. La homosexualidad acechaba al menor descuido. La sola mención de cualquier objeto largo o puntiagudo —un lapicero, un tenedor, un gusano— desataba en mis compañeros un frenesí de grititos y silbidos, como si te hubiesen descubierto en la cama con otro hombre ahí mismo. Y si algún chico resultaba levemente afeminado, su vida se convertía en un infierno.

Maricón. Cabro. Rosquete. Cacanero. Mos­tacero. Chivo. Loca. Sin duda, nuestro vocabulario se había ampliado desde el básico cachar de los viejos tiempos. Habíamos descubierto que había hombres que hacían eso con otros hombres. Y no pensábamos en otra cosa.

En la medida en que yo leía mucho y era malo para los deportes, viví mi adolescencia bajo sospecha. Como para confirmar los rumores, pasaba muchos recreos en la biblioteca, refugio por excelencia de todos los amanerados del colegio, ya que ningún matón sabía dónde estaba ese lugar exactamente. Mis compañías de biblioteca no sirvieron para mejorar mi reputación.

Para colmo, como buenos intelectuales, mis padres se divorciaron al inicio de mi pubertad, y yo me mudé a vivir con mi madre y mi hermana. El universo femenino me parecía —con razón— más civilizado y sensible que la brigada de mandriles de la secundaria. Me gustaba usar palabras de mujeres. Repetir razonamientos de mujeres. Hablar con mujeres. Eso no hizo más que agravar las sospechas sobre mi condición, sospechas que de vez en cuando derivaban en agresiones.

El problema es que soy un demócrata: si un 80% de la población cree que soy gay, estoy dispuesto a considerarlo.

Hice algunos esfuerzos por ser homosexual. A los diecisiete años, coqueteé descaradamente con un chico hasta que intentó besarme, una idea que, recién en ese momento, me pareció asquerosa. Pasé las siguientes tres horas explicándole al chico que no podía corresponder a su interés, pero me sentía muy halagado. Le repetí una y otra vez que lo respetaba profundamente y no tenía nada contra él. Supongo que le quedó claro que yo no era gay. Sólo era imbécil.

En otra ocasión, muy borracho y muy tarde en la noche, encontré por la calle una prostituta con mucha pinta de prostituto. Le pedí un rápido trabajo manual ahí mismo, medio escondidos en un portal. Y me la quedé mirando mientras se afanaba, aunque seguí sin tener claro de qué sexo era esa persona. Como a la mitad de su ejecución, le rogué:
—Perdona, ¿te importaría bajarte el pantalón?
—Eso cuesta más.
—No tienes que hacer nada. Sólo bajártelo.
—¿Por qué?
—Estoy tratando de saber si soy gay.
No se bajó el pantalón. Ni terminó el trabajo. Le dio tanta risa que no pudo seguir. Al llegar a mi casa, descubrí que me había robado la billetera.

Tras varias aventuras así de ridículas, me resigné a ser heterosexual. A pesar de lo vulgar y bárbara que me parecía la etiqueta, me había tocado la desgracia de funcionar así.

Perú de los noventa no era muy diferente de mi colegio en los ochenta. Se trataba de una sociedad reprimida, machista y mojigata. Así que mi condición sexual tenía una desventaja extra: las mujeres eran más difíciles que los hombres. Se hallaban obligadas a cuidarse de embarazos no deseados, y casi más aún, de la reputación de “fáciles” que las volvía despreciables a ojos de los chicos.

Pasé meses tratando de convencer a mis amigos de que fuésemos respetuosos con las chicas. Mi argumento era puramente práctico:
—Chicos, si llamamos zorras a las chicas que se acuestan con nosotros… ninguna querrá acostarse con nosotros ¿Comprenden?
Fue inútil. Para mis amigos, los hombres activos sexualmente siguieron siendo héroes. Y las mujeres sexualmente activas, putas. Ya lo he dicho: unos mandriles todos. Unos insensatos que se condenaban a sí mismos a pasarse meses persiguiendo a chicas para hacer lo que los hombres hacían en veinte minutos.

A los 25 años me mudé a España, y fue todo un cambio. En el viejo continente, el sexo no estaba reprimido. Más bien, era obligatorio. Para el año 2000, Madrid era territorio liberado. La gente dormía de día y salía de noche. El barrio de Malasaña hervía de lugares divertidos. Y los bares pegaban carteles con la leyenda:
—Lo sentimos, no es cosa nuestra, pero por disposición municipal está prohibido usar drogas en este local.
Lamentablemente, para entonces, yo ya estaba muy mal acostumbrado. Varias veces fui a una discoteca, bailé un par de canciones con una chica, bebimos un trago y ella me preguntó:
—¿Vamos a tu casa o a la mía?
Yo me vi obligado a responder:
—Verás, mi cultura no va así. Necesito que te niegues durante al menos seis horas —de ser posible, seis meses—, porque de lo contrario esto no va a funcionar.

Solía salir con una prima madrileña, que ante mi actitud, me clasificó como gay. Una vez más, me movía en la zona de sombras. Sin preguntar, mi prima comenzó a llevarme a discotecas de ambiente. Estaba convencida de que yo me negaba a salir del armario debido a mi educación católica latinoamericana, así que también me daba pastillas para… bueno, para animarme. En ese entonces, mi país era tan pobre que no tenía drogas químicas. Ésa también fue una novedad española.

La última vez que salí con ella, mi prima me entregó una ración doble y me abandonó en medio de un grupo de caballeros. Repentinamente, sentí las caras de esos señores muy cerca de la mía. Y otros órganos también muy cerca de otros órganos míos.

Conseguí huir de esos depredadores. Pero por mucho que deambulé por la discoteca, no encontré a mi prima. Mientras tanto, el efecto de las pastillas no se detuvo: mi cuerpo me arrastraba a la pista. El ritmo se apoderaba de mí. Me moría de ganas de bailar.

La cuestión era que tenía que bailar en plan católico: con mujeres y eso. Y en ese lugar, todas las chicas eran lesbianas.

Mi último recuerdo de esa noche es meterme entre dos de ellas, una de pelo corto y otra con tatuajes de Metallica. Las chicas se besaban en un rincón, y sin duda querían estar solas. Pero no pude evitar interponerme en su idilio suplicando:
—Por favor, por favor, no quiero nada, ni siquiera las tocaré pero ¿podrían bailar conmigo? Háganlo por caridad… Sólo un ratito, ¿sí?



Adultez

Dados mis antecedentes, casarme fue un alivio. Me permitió liberarme de un enorme abanico de decisiones agotadoras.

Pero el ajuste no dejó de ser complicado. Si en el imperio del macho yo nunca había sido suficientemente hombre, en el siglo de la revolución femenina me cuesta ser suficientemente mujer.

Una noruega me contó que en su país las madres ya eran mujeres liberadas e igualitarias en los años setenta. Como resultado, según ella, los varones noruegos de mi edad desean formar familias y dedicarse al hogar. Pero se frustran porque las mujeres sólo quieren sexo sin compromiso.

Para que las noruegas acepten tener hijos, el Estado les ofrece jugosas subvenciones, jornadas reducidas y permisos compartidos con los padres. A pesar de esos encomiables intentos de soborno, la tasa de natalidad de ese país figura entre las más bajas del mundo.
No es ciencia ficción. Es nuestro futuro inmediato.

Mi padre fue un militante de izquierda comprometido con la igualdad de género. Defendió los derechos de las mujeres y se rebeló contra la familia tradicional. Pero no sabía qué hacer con un bebé. Aún no lo sabe. Si lo dejo solo con su nieta de siete años, es capaz de hablarle del conflicto palestino.

Hoy, ser padre significa ocuparte del hogar de verdad. Pero sin referentes para hacerlo. En nuestra infancia, los hombres —incluso los progresistas— veían fútbol mientras sus esposas les llevaban cervezas a la mesa, hablaban de política mientras ellas comentaban las recetas, salían a la montaña mientras ellas los esperaban con los niños. Hoy, todo eso se ha acabado. Creerse el jefe está tan mal visto como fumar en un restaurante. Y es igual de arcaico.

Sin embargo, nadie nos enseñó cómo hacerlo de otro modo. A nuestra generación le corresponde descubrirlo día a día, por ensayo/error y pasar el testigo… Si lo logramos.

El orden tradicional se rompe a ritmos dispares. Las mujeres han mostrado una habilidad ante el mundo laboral mucho mayor que los hombres ante las realidades domésticas. Por ejemplo, me ocurre constantemente —y noto que es tendencia masculina—, descuidar detalles sobre las rutinas cotidianas:
—¿Cuánto apiretal había que poner en la dosis del niño?
—¿Ésta no era la talla de la niña?
—¿De verdad hace falta tender toooodas las camas?

Quizás esa carencia se deba a nuestra educación machista y desaparezca en la próxima generación. Pero hay una diferencia entre géneros que sospecho más profunda, acaso biológica: la capacidad de lidiar con emociones.

Cesc Gay —ese cirujano de la sensibilidad contemporánea— lo ha contado en películas como Truman o Una pistola en cada mano: los hombres no hablamos de nuestra intimidad. Durante siglos creímos que se debía al orgullo del machote. Hoy está demostrado que simplemente nos falta vocabulario.

Lo he visto miles de veces, cuando las parejas se divorcian. Tras la ruptura, mis amigas vienen a mi casa y me cuentan cada segundo de su matrimonio con pelos y señales: lo que salió bien, lo que salió mal, lo que él dijo el 3/2/03 y cómo el 8/10/05 quedó claro que mentía… Los varones, en cambio, vienen a mi casa y ponen un partido. El fútbol es crucial en el mundo masculino porque llena las horas que pasamos sin hablar.

Quizá, después de todo, a eso se debiese la incapacidad de mis compañeros de colegio para dominar más de un campo semántico.

Mi hijo varón ya considera natural que haya gente con opciones sexuales diferentes. Y habla de sexo sin tabús. Supongo que su generación dará el paso siguiente, el de los noruegos. Los chicos buscarán amor mientras las mujeres los tratan como a pedazos de carne. Pero dudo seriamente que, incluso entonces, sean capaces de contárselo entre ellos.

domingo, 30 de agosto de 2020

Juguetes del Placer

Hoy mientras camino a los alrededores en donde me encuentro viviendo actualmente, me he topado con un local muy particular, que recientemente había abierto sus puertas; y el cual me pareció sorprendente que lo establecieran en un barrio por así decirlo "decente".

Solo los había visto en el centro de la ciudad, ahí donde la vida se vive a un ritmo muy acelerado, lleno de comercios y locales que ofrecen miles de artículos o productos para comprar, ¿Y a que tipo de local me refiero?.....A una Sex Shop.

Nunca tuve la curiosidad por entrar a una tienda de este tipo, es más con mis parejas (mujeres) con las que he tenido alguna relación sentimental, en ninguna ocasión hablamos o siquiera insinuamos utilizar algún juguete sexual.

Pero últimamente con lo recién sucedido con Víctor y el renacer de este sentimiento o deseo mejor por tener y estar al lado de un hombre, he vuelto a pensar en la búsqueda de un placer que desde hace tiempo he querido experimentar.....que un hombre me haga suyo, en pocas palabras sentir un pene dentro de mi culo.

Sin embargo a ha falta de éste, y lo malo que soy para ligar con hombres, he pensado en que debería comprar algún "juguetito" que lo supla y me satisfaga jaja;. y que mejor oportunidad de hacerlo ahora que abrieron ese local.


Así que, decidí dar una visita por aquel local, aunque había un pequeño inconveniente........la cercanía y el hecho de que la mayoría de la gente se conoce, me daba algo de vergüenza y pena, no quería que alguien me viera o reconociera mientras compraba aquel juguetito de plástico. 

Hubo un par de intentos antes de hacerlo, en los cuales pasaba disimuladamente caminando por la acera, tratando de mirar, lamentablemente no podía ver bien los artículos que vendían.


La idea de visitar aquella tienda me tuvo excitado por días; tal era la ansiedad, que por las noches veía tutoriales de como utilizar estos juguetes, hubo uno en particular que al verlo me preocupo.


Dicen que la primera vez que tienes sexo anal o introduces algo sin dilatar primero tu ano llega a doler mucho, no imaginaba que provocará tanto dolor, quizás exagero un poco aquel chico que ví en ese video. Pero ver el sangrado y ver que literalmente le rasgaban su ano, me dejo impactado y preocupado. Nunca me he metido algo más grueso que mi dedo; y deje de hacerlo porque nunca logre de nuevo llegar al clímax, y satisfacción de cuando lo hice por primera vez; quizás fue por no saber hacerlo correctamente.



Sin ambargo la calentura puede más, y esa necesidad se ha vuelto una obsesion,  una vez decidido, y con toda la pena del mundo, entre a la Sex Shop. No paso siquiera un minuto cuando el encargado se acerco y me dijo:
 

Oye te he visto pasar varias veces, pasa que no te de pena, tenemos de todo condones de sabor, lubricantes, anillos vibradores, tangas muy sexis, condones que brillan en la oscuridad, para tu chica........ó tu chico.

Ok amigo gracias daré una vuelta.



No tenia idea la enorme variedad de artículos que existen, algunos de ellos no tengo idea de ¿para que? o ¿como? se utilizan, pero bueno, yo solo iba por un articulo en específico. 

Camine por los pasillos, hasta ver a lo lejos aquellas sección que me interesaba, incredulamente miré, no tenia idea que hubiera tanta variedad en consoladores, tamaños, formas colores y ¿sabores? jaja puede que de sabores no.

Mientras miraba aquel stand, recibí el susto de mi vida, apareció de repente detrás de mi, el chico encargado del local, cual fantasma en un lugar desolado, ni siquiera había notado que estaba ahí, y me dijo lo siguiente:

Los tengo en varios tamaños, también en colores y el natural; del tamaño que tu quieras, es para tu chico ¿verdad?, ¿eres gay?. 




Carajo es tan evidente jaja. Con el rostro sorprendido y enrojecido seguramente, y con el sudor recorriendo mi espalda, le dije: 

No amigo, te equivocas sólo estoy mirando.


Acto seguido, se retiro caminando lentamente a su mostrador. ¿Acaso intuyo que me gustan los hombres....o mejor dicho los penes?. Jaja Seguro que sí. En fin, continué ahí, pasmado viendo aquellos penes de latex..... Dios que morbo imaginarme metiéndome uno de esos por el cul.....




Hubo un artículo que me causo curiosidad "El estimulador de próstata", había visto un par de videos donde chicos lo usan, a simple vista se ve que llegan a experimentar unos placenteros orgasmos. ¡Será cierto?

Debería comprarlo para comprobarlo, pero lo haré en mi siguiente visita, creo que me intimido ese chico jaja, así que lo dejaré para una próxima ocasión.

viernes, 21 de agosto de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Method"


Sinopsis:

Un actor veterano y un novato coinciden en una obra de teatro en la que deberán representar los papeles de dos personajes que los llevarán a los límites de su realidad. A medida que se sumergen cada vez más en los personajes que interpretan, los dos hombres desarrollan sentimientos inesperados que les hacen perder la razón durante el proceso. ¿Es de verdad amor real o todo forma parte de una obra que va más allá del escenario? Method recibe este mismo nombre por un final que nos deja sin aliento, en el que, sin entrar en mucho detalle, se nos desvelará un método artístico que va más allá de toda ética. ¿Dónde están los límites interpretativos de un actor? Una fantástica película sobre el mundo de la fama, la interpretación y el amor que no podemos dejar escapar si somos amantes de los romances complejos y tortuosos.