Por: Diego Cera
Ilustraciones de: Fernando Cobelo
Parece una mentira que detrás de la poderosa
estructura de marfil y carne de un elefante se esconda una criatura
capaz de romper en llanto al perder a algún miembro de su manada. No,
este no es otro absurdo intento de humanizar a un animal, es en realidad
la prueba irrefutable de que las apariencias engañan e incluso una
bestia que en otros tiempos fue utilizada como tanque de batalla, ahora
se convierte en metáfora perfecta del hombre moderno y de su natural
necesidad de sentirse amado.
Tras ser educados dentro de un sistema machista y cuadrado, muchos hombres prefirieren esconder sus sentimientos
antes que mostrarse vulnerables frente al mundo. Orgullo y vergüenza se
mezclan en una sola persona que no tiene más remedio que desviar la
mirada u ocultarse cuando se siente herida. Entonces, siguiendo aquello
de que los hombres no lloran, tienen que agachar la mirada, tragar
saliva y fingir que no pasa nada.
Aunque,
antes de que por sus mejillas resbale la primera lágrima, el corazón
roto de un hombre se delata a sí mismo a través de pequeños gestos.
Espalda encorvada, cejas en diagonal y ojos llenos de ayer son los
rasgos que delatan un alma triste incluso antes de que una voz
temblorosa como la de Keaton Henson o Michael Kiwanuka comience a
entonar una canción que reclame a la nada el abandono del amor; porque, a
pesar de que desde pequeño se le prohibieron los sentimientos, éstos
siguen dentro de él recordándole cuánto miedo le tiene al dolor.
Vacío,
silencio y fragmentos de un cuerpo que no puede completarse si no es
por medio de sus sentimientos, cuando las palabras para expresar la
angustia de tener todo esto atrapado no son suficientes, sólo en las
imágenes se puede encontrar una leve esperanza de poder expresar todo lo
que le aqueja a un hombre ordinario que, obligado a ser un elefante, no
puede abrirse ante el mundo. A través de sus ilustraciones, Fernando
Cobelo nos hace saber que esa imposibilidad de la sensibilidad masculina
es algo que aqueja a todo hombre y que, de una u otra forma, es
necesario dar a conocer ese dolor para que no nos pudra por dentro.
Las
emociones son flores que nacen dentro del alma de un hombre, esperando a
ser cosechadas para regalarse formando un generoso ramo destinado a la
persona indicada; por otro lado, las lagrimas en The ordinary young man
se presentan como galaxias de constelaciones infinitas, cada una
representando todo lo que fue y no volverá a ser, justo como las cosas
que duelen y que sólo el tiempo tiene el poder y la decisión de poder
sanar si es que lo cree pertinente.
Gracias
a estas imágenes la sensibilidad masculina tiene nuevos tintes. Pasó de
ser inexistente a presentarse ante los ojos de la gente como ese
fantasma siempre presente en los cuartos cerrados y en rincones oscuros
donde el hombre ha sido condenado a guardar sus deseos de ser feliz y,
de la misma forma, rendirle el duelo necesario a esos sueños rotos,
desde luego, siempre partiendo del anonimato o el secreto que exige la
masculinidad.
Cobelo nos invita a ser ordinarios y dejar de lado todos los prejuicios o miedos que nos enseñaron cuando éramos niños. Un hombre debe sentir para conocerse a sí mismo
pero, antes que cualquier cosa, un hombre debe sentir porque eso lo
convierte en un ser humano, tener el corazón roto o sentir miedo por
ello es sólo un camino para afianzar su humanidad.
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