viernes, 26 de junio de 2020

Bi_ernes de Bi_deo "Somos 3"


Por Bruno Bimbi

“Somos tres”, la nueva película del director argentino Marcelo Briem Stamm, de cuyo primer largometraje ya hablamos aquí, tiene una curiosa virtud que hace que se trate de uno de los filmes independientes sobre diversidad sexual más originales de los últimos tiempos. Enfrenta, en una historia sencilla, con pocos personajes y locaciones, varios tabúes al mismo tiempo; el guión desafía los límites de lo verosímil y obliga al espectador a preguntarse si eso que está pasando en la pantalla realmente podría pasar. 

Lo hace de forma ingeniosa, porque cada uno de los tabúes que pone en juego, si aparecieran solos, no cuestionarían la credibilidad de la ficción. Sería, en todo caso, una película más sobre esos prejuicios que ya empezamos a darnos cuenta que están demodé. Pero, juntos, nos obligan a cuestionarnos todo y nos dejan pensando por qué no nos habíamos cuestionado todo eso.

Primer tabú: la bisexualidad. Como ya hemos dicho en otros textos, ser bi desafía mucho más que la norma heterosexual. A pesar de los prejuicios que, por suerte, han comenzado a morir, la homosexualidad –que siempre ha existido, aunque condenada– viene ganando su lugar en la cultura contemporánea como una identidad con derecho propio en el universo de la sexualidad humana, con sus grupos de pertenencia, tribus urbanas, espacios de sociabilidad y reivindicaciones de derechos. Poco a poco, conquistamos en muchos países, inclusive, el derecho a casarnos, y eso ya no es más visto, en buena parte de Occidente, como una excentricidad o una aberración. 

Sin embargo, muchos héteros y gays coinciden en negar la bisexualidad e imaginarla, incrédulos, como un lugar de tránsito, un mientras tanto o una impostura: más que una orientación o identidad reconocida, sería una fase, un período de experimentación, un todavía no. En el caso de las mujeres, ser bi es visto frecuentemente como sinónimo de promiscuidad, de “mina fiestera” que siempre estará disponible para una ménage à trois con cualquier pareja hétero que quiera experimentar. En el caso de los varones, la incomprensión parece aún mayor: los hombres bi serían gays que no lo asumen, reprimidos, en duda, cobardes que, al final, tendrán que decidirse. Son vistos así, inclusive, por muchos gays.

De todas formas, los bisexuales no están en duda, ni en una “fase”, ni reprimidos, ni confundidos, ni apenas experimentando, y están hartos de que los vean así. A veces desean y se enamoran de hombres y a veces, de mujeres, sin sentir falta de nada, inclusive en relaciones monogámicas y duraderas. Pero cuesta entenderlo: cuando la ley de matrimonio igualitario se debatía en el Senado, Liliana Negre de Alonso preguntaba si a los bisexuales se les permitiría ser bígamos, casándose con un hombre y una mujer. 

Esa generalización era una estupidez, pero ¿no es posible, también, que alguien pueda enamorarse al mismo tiempo de más de una persona? Y no digo alguien bisexual, sino cualquiera.

Ahí está el segundo tabú: la exclusividad del amor. Olvidemos, por un instante, la provocación de la senadora por San Luis sobre la bisexualidad. ¿No podrían una mujer hétero o un hombre gay enamorarse de dos hombres, o un hombre hétero o una lesbiana, de dos mujeres? Si lo pensamos bien, es más frecuente de lo que se reconoce y tal vez a muchos lectores les haya pasado. Pero, como ese tabú también enfrenta una interdicción poderosa en nuestra cultura, el amor no exclusivo parece tener como únicos caminos una elección –no se puede todo, hay que elegir a quién amamos más, o realmente– o la infidelidad, con sus consecuencias. La prohibición del amor no exclusivo es tan fuerte que es vista como un problema “moral”, aunque sea difícil encontrar justificaciones racionales para ello.

¿Y el deseo? No hablo, ahora, de los sentimientos, sino de las ganas de irse a la cama con otro. Algunas parejas más liberales se declaran “abiertas” y admiten que el otro o la otra, bajo ciertas reglas, tenga sexo fuera de la relación, sin considerarlo una infidelidad, pero hay una barrera más infranqueable: los sentimientos. Todo bien que tengas sexo con otros u otras, siempre que sea apenas sexo sin compromiso. Pero que me ame solamente a mí.

El tercer tabú, cuya ruptura también es mucho más frecuente de lo que se admite, es la idea de que el sexo solo pueda darse entre dos. Más fácil para los que no tienen pareja, el sexo de a tres, o cuatro, o más, también es una posibilidad de la que pocos hablan, pero muchos practicaron ya más de una vez. Algunas parejas admiten, inclusive, hacerlo juntos. Y eso puede ser visto, al mismo tiempo, como una opción todavía más liberal, pero también, cuando esa es la única forma permitida de salir de la monogamia sexual, puede ser una reafirmación del vínculo monogámico: podemos hacerlo de a tres, participar de un club de swing o de una orgía, pero juntos: somos una pareja que está invitando a otro u otra o participando, en pareja, de una fiesta, pero la única relación es la nuestra. 

¿Y qué pasa si juntamos todos esos tabúes y los rompemos al mismo tiempo?

En Somos tres, Ana, Sebastián y Nacho se conocen en una fiesta. Desde el primer cruce de miradas, algo pasa entre ellos, que, para Sebastián, que se asume bisexual y ya fue, también, el tercero invitado de una pareja “abierta” –pero no dejó de ser, apenas, el tercero–, está más claro que para ellos, que nunca les pasó. Los quiere a los dos, y se lo dice. Al principio, Ana y Nacho, que estaban empezando a imaginarse juntos en la cama –ellos dos, sin nadie más– reaccionan con tanta perplejidad como el espectador de la película. Sin embargo, después de esa primera resistencia, empiezan a darse cuenta de que les pasa lo mismo, lo cual significa, para Nacho, admitir que le gustan los hombres y las mujeres, y para Ana, que les gustan los dos y no quiere elegir.

A medida que pasan los días, los tres descubren eso que pasa en la cama no podría pasar de a dos, y más: que la relación de “pareja” (o tripeja) fuera de la cama tampoco funcionaría si faltara uno. Cuando empiezan a cruzar sus límites y admitir que quieren eso y no otra cosa, aceptan que ahora son tres. No solo en el deseo, sino también en el amor y en la forma en la que empiezan a imaginar su futuro. ¿Podrá funcionar? ¿Podría pasar en la vida real?
Juntando las piezas y desafiando juntos los prejuicios que, en mayor o menor medida, ya admitíamos superables por separado, la historia nos lleva a admitir que tal vez sí, y que tal vez ya lo sabíamos, aunque no lo habíamos pensado. Y que, como ya descubrimos otras veces, ¿cuál sería el problema? 

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