Por Bruno Bimbi
“Somos tres”, la nueva película del director argentino Marcelo Briem Stamm, de cuyo primer largometraje ya hablamos aquí, tiene una curiosa virtud que hace que se trate de uno de los filmes independientes sobre diversidad sexual más originales de los últimos tiempos. Enfrenta, en una historia sencilla, con pocos personajes y locaciones, varios tabúes al mismo tiempo; el guión desafía los límites de lo verosímil y obliga al espectador a preguntarse si eso que está pasando en la pantalla realmente podría pasar.
Lo
hace de forma ingeniosa, porque cada uno de los tabúes que pone en
juego, si aparecieran solos, no cuestionarían la credibilidad de la
ficción. Sería, en todo caso, una película más sobre esos prejuicios que
ya empezamos a darnos cuenta que están demodé. Pero, juntos, nos obligan a cuestionarnos todo y nos dejan pensando por qué no nos habíamos cuestionado todo eso.
Primer tabú: la bisexualidad. Como ya hemos dicho en otros textos, ser bi desafía mucho más que la norma heterosexual. A pesar de los prejuicios que, por suerte, han comenzado a morir, la homosexualidad
–que siempre ha existido, aunque condenada– viene ganando su lugar en
la cultura contemporánea como una identidad con derecho propio en el
universo de la sexualidad humana, con sus grupos de pertenencia, tribus
urbanas, espacios de sociabilidad y reivindicaciones de derechos. Poco a
poco, conquistamos en muchos países, inclusive, el derecho a casarnos, y eso ya no es más visto, en buena parte de Occidente, como una excentricidad o una aberración.
Sin embargo, muchos héteros y gays coinciden en negar la bisexualidad
e imaginarla, incrédulos, como un lugar de tránsito, un mientras tanto o
una impostura: más que una orientación o identidad reconocida, sería
una fase, un período de experimentación, un todavía no. En el caso de
las mujeres, ser bi es visto frecuentemente como sinónimo de
promiscuidad, de “mina fiestera” que siempre estará disponible para una ménage à trois
con cualquier pareja hétero que quiera experimentar. En el caso de los
varones, la incomprensión parece aún mayor: los hombres bi serían gays
que no lo asumen, reprimidos, en duda, cobardes que, al final, tendrán
que decidirse. Son vistos así, inclusive, por muchos gays.
De
todas formas, los bisexuales no están en duda, ni en una “fase”, ni
reprimidos, ni confundidos, ni apenas experimentando, y están hartos de
que los vean así. A veces desean y se enamoran de hombres y a veces, de
mujeres, sin sentir falta de nada, inclusive en relaciones monogámicas y
duraderas. Pero cuesta entenderlo: cuando la ley de matrimonio
igualitario se debatía en el Senado, Liliana Negre de Alonso preguntaba
si a los bisexuales se les permitiría ser bígamos, casándose con un
hombre y una mujer.
Esa generalización era una estupidez, pero
¿no es posible, también, que alguien pueda enamorarse al mismo tiempo de
más de una persona? Y no digo alguien bisexual, sino cualquiera.
Ahí está el segundo tabú: la exclusividad del amor.
Olvidemos, por un instante, la provocación de la senadora por San Luis
sobre la bisexualidad. ¿No podrían una mujer hétero o un hombre gay
enamorarse de dos hombres, o un hombre hétero o una lesbiana, de dos
mujeres? Si lo pensamos bien, es más frecuente de lo que se reconoce y
tal vez a muchos lectores les haya pasado. Pero, como ese tabú también
enfrenta una interdicción poderosa en nuestra cultura, el amor no exclusivo parece tener como únicos caminos una elección –no se puede todo, hay que elegir a quién amamos más, o realmente– o la infidelidad, con sus consecuencias. La prohibición del amor no exclusivo es tan fuerte que es vista como un problema “moral”, aunque sea difícil encontrar justificaciones racionales para ello.
¿Y el deseo? No hablo, ahora, de los sentimientos, sino de las ganas de irse a la cama con otro.
Algunas parejas más liberales se declaran “abiertas” y admiten que el
otro o la otra, bajo ciertas reglas, tenga sexo fuera de la relación,
sin considerarlo una infidelidad, pero hay una barrera más
infranqueable: los sentimientos. Todo bien que tengas sexo con otros u otras, siempre que sea apenas sexo sin compromiso. Pero que me ame solamente a mí.
El tercer tabú, cuya ruptura también es mucho más frecuente de lo que se admite, es la idea de que el sexo solo pueda darse entre dos.
Más fácil para los que no tienen pareja, el sexo de a tres, o cuatro, o
más, también es una posibilidad de la que pocos hablan, pero muchos
practicaron ya más de una vez. Algunas parejas admiten, inclusive,
hacerlo juntos. Y eso puede ser visto, al mismo tiempo, como una opción
todavía más liberal, pero también, cuando esa es la única forma
permitida de salir de la monogamia sexual, puede ser una reafirmación
del vínculo monogámico: podemos hacerlo de a tres, participar de un club
de swing o de una orgía, pero juntos: somos una pareja que está
invitando a otro u otra o participando, en pareja, de una fiesta, pero
la única relación es la nuestra.
¿Y qué pasa si juntamos todos esos tabúes y los rompemos al mismo tiempo?
En Somos tres, Ana, Sebastián y Nacho se conocen en una fiesta.
Desde el primer cruce de miradas, algo pasa entre ellos, que, para
Sebastián, que se asume bisexual y ya fue, también, el tercero invitado
de una pareja “abierta” –pero no dejó de ser, apenas, el tercero–, está
más claro que para ellos, que nunca les pasó. Los quiere a los dos, y se
lo dice. Al principio, Ana y Nacho, que estaban empezando a imaginarse
juntos en la cama –ellos dos, sin nadie más– reaccionan con tanta
perplejidad como el espectador de la película. Sin embargo, después de
esa primera resistencia, empiezan a darse cuenta de que les pasa lo
mismo, lo cual significa, para Nacho, admitir que le gustan los hombres y
las mujeres, y para Ana, que les gustan los dos y no quiere elegir.
A medida que pasan los días, los tres descubren eso que pasa en la cama
no podría pasar de a dos, y más: que la relación de “pareja” (o tripeja)
fuera de la cama tampoco funcionaría si faltara uno. Cuando empiezan a
cruzar sus límites y admitir que quieren eso y no otra cosa, aceptan que
ahora son tres. No solo en el deseo, sino también en el amor y en la
forma en la que empiezan a imaginar su futuro. ¿Podrá funcionar? ¿Podría
pasar en la vida real?
Juntando las piezas y desafiando juntos los prejuicios que, en
mayor o menor medida, ya admitíamos superables por separado, la
historia nos lleva a admitir que tal vez sí, y que tal vez ya lo
sabíamos, aunque no lo habíamos pensado. Y que, como ya descubrimos
otras veces, ¿cuál sería el problema?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario