Concrete Night (Betoniyö)
Pocos largometrajes me han sido difíciles de entender la trama y uno de ellos es este, Betoniyö, quizás te disguste un poco leer el articulo completo, pero créeme, de los encontrados en la red fue para mi el más entendible y mejor explicado. Hace algunas semanas después publicar el post, visite de nuevo la pagina donde lo copie y me encontré con la sorpresa que ya no estaba disponible. Así que al ver este film y llegar a no entender la trama, leer este análisis te ayudara a comprenderlo mejor.
Por Manu Argüelles
En la época del efervescente Swinging London,
Roman Polanski despuntaba con una pesadilla materializada en
claustrofóbica materia fílmica, que iba muy en sintonía con el clima de
liberación sexual que había cristalizado en los años sesenta, gracias a
las conquistas de una contracultura que había filtrado en la mentalidad
de la época la necesidad de una mayor apertura en materia sexual.
Polanski con Repulsión (1965) mostraba lo
pernicioso de la represión, a través del desequilibrio psicológico de su
protagonista y su patológica aversión al sexo. La fábula alucinatoria
ya incrustaba el terror en nuestro interior, constante del género en la
modernidad. El infierno sartriano somos nosotros mismos.
Diez años después desde Australia, Peter Weir volvía al mismo ámbito
del film de Polanski pero en este caso lo fantástico se hacía todavía
más oblicuo y elíptico, entraba en escena lo esotérico y el enigma. Las
jovencitas de principios de siglo de Picnic en Hanging Rock (Picnic at Hanging Rock,
1975) desaparecen en aquel extraño montículo. ¿Una puerta
interdimensional? ¿Una metáfora de la ruptura de la opresión sexual? Las
interpretaciones se multiplican. Ya no estamos en el régimen de la
explicación, no hay causa y consecuencia como en el film de Polanski,
porque lo fantástico está licuado en lo real, es el orden natural el que
se quiebra. Nos desprendemos del ámbito cerrado de lo subjetivo que
distorsiona la materia a la manera expresionista. Lo extraño flota en el
aire.
Un tercer salto y llegamos a Concrete Night. Porque sueño no lo estoy. Simo, nuestro protagonista, como el Léolo
de Jean-Claude Lauzon (1992), construye su identidad a través de lo
onírico. Se fuga de sí mismo y de su entorno sórdido mediante su
imaginación. En él también anida un tormento atroz a reconocerse. La
negación figurada mediante la evasión. Léolo temía a la locura, por
tanto, sueña. Simo también teme y odia pero no sabe a qué, por tanto,
huye.
Concrete Night arranca con un motivo visual
recurrente. Simo frente a un espejo que no devuelve su reflejo por el
vaho que lo nubla. Limpia el vapor del cristal pero los ojos de Simo
siguen sin verse. No puede resultar más elocuente. La vida de Simo pasa
por un no-ver, un no-querer.
Podría parecer que en nuestra época de lo hipervisible, como diría Lipotevsky, Concrete Night
está realizada a contrapelo, hermana de los pretéritos filmes
mencionados y anacrónica en las indagaciones del cine contemporáneo. Sin
salirnos del D’A, ahí tenemos Puppylove (Delphine Lehericey, 2013), que plantea la sexualidad de su adolescente femenina de forma frontal y sin tratamientos ovalados.
Pero lo que está en juego en Concrete Night, mediante la neurosis y el delirio, es la edificación de lo masculino.
Lo viril y su deformación psicopática ante la imposibilidad de alcanzarlo. Y esa tela de juicio sí que resulta ser un signo de la contemporaneidad. El hermano mayor tiene que entrar en prisión. Ese día, justo cuando el referente masculino principal de Simo tiene que marcharse del núcleo familiar, se produce la fractura en Simo. Llegan los sueños enardecidos, lo que ven sus ojos se deforma, el manierismo se apodera de la apabullante y excelente fotografía, se germina la violencia y se adviene el apocalipsis, en esas conversaciones disparatadas entre hermanos.
De hecho la relación entre ambos nos puede remitir a La ley de la calle (Rumble Fish,
1983, Francis Ford Coppola), el hermano mayor como imagen del ideal, el
uso estilizado y atmosférico de la imagen en blanco y negro también lo
indica, pero si allí estaba bien definida, Pirjo Honkasalo la fragua
bajo indicios confusos y ambiguos. Existe en ellos una especie de
erótica no resuelta, un subtexto que no alude a una explícita relación
incestuosa, pero que juega en el mismo terreno donde Sokurov construía a
su padre e hijo en su film homónimo, Padre e hijo
(Otets y syn, 2003). Lo sensual adquiere en el film contornos
vaporosos, se mueve en el ámbito de lo líquido y, en consecuencia, entre
ellos siempre hay una tensión que remite a lo voluptuoso que emana del
poder. Siempre se están retando, pero hay una proximidad (peligrosa) de
los cuerpos, como si se magnetizasen, cercanía que estrecha en su
régimen simbólico un impulso del deseo. Es el límite, que esconde tras
sus pliegues el vértigo del precipicio, donde se esconden nuestros
secretos más ocultos. Es ese comportamiento homosocial que se
da con la camaradería entre hombres y que la radicalidad feminista lo
leerá en clave sexual, como hace poco lo afirmaba Virginie Despentes en
una entrevista, publicada por Diagonal Periódico:
Si te paras un momento a pensarlo, es impresionante ver hasta qué punto la represión de la homosexualidad masculina se halla en el centro mismo de todos los conflictos en torno al sexo y a su representación. Creo que es un tabú central. A los hombres, en principio, no les apetece realmente follar con mujeres. Sobre todo tienen ganas de juntarse entre ellos y de hacer toda una serie de cosas, juntos. Hay que cogerlos desde la cuna, vigilarlos sin parar y machacarlos sin cesar con propaganda hetero, para que se resignen a copular con mujeres.
Sin llegar a este extremo, aunque la represión de la homosexualidad
masculina es el elemento nuclear del film, lo que está en liza entre
hermanos es la adquisición de los atributos masculinos según el patrón
tradicional. De ahí esa relación extraña de mentor-alumno, que incluye
un ingrediente ausente en la película de Coppola, y de ahí radica el
desajuste de Simo, en cuanto su hermano representa un ideal, pero
también en su propia formación lleva consigo una imposibilidad. El miedo
a no alcanzarlo le atenaza, le subyuga y de ahí su odio visceral hacia
su vecino homosexual, porque él encarna el mayor de sus irascibles
miedos, la negación de lo varonil, y Simo reacciona frente a ese pánico
como lo hacía Léolo. Resulta significativo que cuando su vecino de
enfrente llega a su apartamento, la cristalera del balcón deslumbra y
ciega a Simo, una más de las metáforas visuales fascinantes que abriga Concrete Night.
De esta manera, a través del conflicto y su parábola, lo fantástico y lo real se funden en un pas de deux
en cuanto la pesadilla alucinógena se sincroniza con la subjetividad
escapista de Simo y la realidad se expande como un cristal que se rompe
en mil pedazos. Materia que adquiere presencia omnipresente del film, el
vidrio y su reflejo distorsionado, con claras reminiscencias lynchianas (aspecto lóbrego e industrial que remite a Cabeza borradora
como fuente principal), hoy en día casi un peaje obligado cuando
hablamos de contigüidades de dimensiones y de creaciones fantasmáticas.
La película resulta virtuosa, esteticista y embriagadora en su
concreción de lo siniestro (aquello familiar, que está entre nosotros,
no reconocido, y que emerge en clave aterradora desde nuestro propio
subsuelo), tal como lo pensaba Eugenio Trías 1,
a partir de lo bello.
Desde la innegable potencia visual de sus
imágenes nos propone a Simo como Teseo, perdido en el laberinto, donde
el minotauro a combatir es una aterradora concupiscencia. Una relectura
del mito donde Ariadna (su hermano) no le va a poder ayudar salir de él.
Su identidad se astilla, se disuelve en percepciones que se confunden y
poco a poco el relato se dispersa y se desdibuja, entre lo sórdido del
drama social, la subtrama criminal del hermano y el misterio de Simo,
que es su propia crisis existencial, la cual poco a poco va
desmadejándose. Concrete Night se desfonda
para que se deje traslucir progresivamente el odio a lo que no se quiere
reconocer, no querer ver las fauces al lobo para así negar que el lobo
ya somos nosotros. Porque sueño no lo soy.
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